En el siglo XVI, los boticarios de la comunidad Jesuita conocieron y comprobaron el prodigio y bondades curativas encontradas en el aceite de Copaiba, lo enviaron a Europa como el más preciado bien.
Conocido también como aceite de palo, este árbol propio de la Amazonia, se le han atribuido verdaderos milagros en la curación de tantas como disímiles enfermedades.